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Almuniente (144)

Altoaragonesa

De acuerdo con estudios rigurosos, como el efectuado en la necrópolis de Son Real (Mallorca) en la que se pudieron examinar 258 individuos, la esperanza de vida para nuestros antepasados iberos, mayores de 13 años, era de 34,01 años (36,5 para los hombres y 31,5 para las mujeres). La cifra, que a nuestros ojos aparece como sencillamente aterradora, cobra verosimilitud, primero, y se presenta como razonable a medida que vamos conociendo más y más detalles del género de vida que soportaban y de su lucha contra todas las dificultades del medio. Cierto que este conocimiento no lo obtendremos en los textos de los autores greco-romanos que escribieron sobre Ispania, tan sectarios y torticeros que nos llevarán a conclusiones equivocadas; ni tampoco de los bobalicones adoradores del fascismo romano, omnipresentes en nuestra ciencia histórica, tan necesitada de revisión. La fuente principal y de máxima garantía reside en los textos epigráficos ibéricos, escritos por los propios protagonistas sin beligerancia contra nadie, con finalidad narrativa, docente, festiva, poética, filosófica… Veremos cómo en aquella sociedad hay varias calamidades que afectan directamente a aquella esperanza de vida: las pestes o epidemias, las hambrunas y las riadas. Contra el soniquete tan común como falso de la belicosidad y la guerra permanente, veremos que sólo los cartagineses y, en grado superlativo, los romanos, aportaron la violencia, el genocidio y el exterminio con toda habitualidad. Además de estas tres causas de mortandad, que bien pudiéramos calificar de accidentales, los iberos soportaron todo tipo de calamidades habituales en forma de enfermedades y lesiones, desde el nacimiento mismo (la mortalidad infantil debió de ser sobrecogedora) hasta la muerte en edad adulta. Muchas de esas enfermedades y calamidades las conocemos de primera mano gracias al Bronce “celtíbero” nº 1 de Botorrita, escrito en perfecta lengua ibérica. Se trata más bien de un examen médico en una comunidad determinada, más que una relación de enfermedades ya que algunas dolencias se repiten en muchas ocasiones. He aquí la interesantísima acta del examen médico:

“Lupus purulento. Ánimo que no soporta lo repugnante. Notoriedad de “seso estrecho”. Tumor. Tumor en maduración. Tumor de garganta profundo. Con poco sueño. Tumor. Fiebre tenaz. Parada de evacuación. Frío repentino. Tumor. Tumor de garganta profundo. Tumor maligno. Necedad grande. Tumor. Lombrices intestinales. Quejidos. Hinchazón repugnante del pene. Con poco sueño. Tumor. Temblores. Falta de tuétano en la cadera. Con poco sueño. Tumor. Nostalgia de la tierra. Sueño huidizo en parte. Afán odioso del instinto de cama. Tumor. Morirse de tisis. Tumor de garganta profundo. Encías superiores con malformación de niño. Escalofríos repentinos. Tumor. Temblores de frío. No tiene señal de ruido. Frío repentino. Tumor. Que se hincha con el agua. Estado de maduración del tumor. Falta de tuétano en la cadera. Notoriedad de “seso estrecho”. Tumor. Deseo odioso. Falta de tuétano en la cadera. Interrupción del flujo de orina. Poco sueño. Falta de tuétano en la cadera. Corte de orina. Tumor. Que tiene señales de cobre. Poco sueño. Tumor. Alcoholismo. Tumor en maduración. No se nutre de pan. Con poco sueño. Tumor”

Además de todo lo que antecede, los iberos padecieron una nueva causa de deterioro y muerte. No se trata de una enfermedad ni de un accidente, más bien de una obligación asumida animosa y responsablemente, dada la dureza de su modo de vida y la precariedad de sus recursos: es el trabajo constante, el cansancio, la fatiga. Desde muy temprana edad y hasta el momento de la muerte, el cansancio fue, sin duda, el compañero inseparable de nuestros antepasados. Adquirió proporciones tan grandes que, incluso en las peticiones a La Madre, juntamente con los bienes y situaciones más deseables, con “el don de la verdad, la paz, la familia, los hijos, el honor personal…” y otras demandas de semejante tenor figura (Plomo de la Serreta de Alcoi) la de “que nos libres del cansancio que mata”. ¡Qué contraste con la molicie romana!. Estos optaron por el sometimiento, la explotación y la esclavitud, para después convertirse en parásitos…¡Y aún hemos tenido que tragar y asimilar el grito orgulloso y fascistoide de que España era el granero de Roma!. Como si los millones de muertos, esclavos, desgraciados, privados de todo, incluso de su dignidad personal, no fuesen nuestros antepasados… El trabajo, la laboriosidad, patrimonio casi exclusivo de la España de los siervos, será, ya desde el origen, un importantísimo elemento diferenciador respecto de la España de lo señores.

Resulta completamente normal, por lo dicho, que las alusiones al trabajo, esfuerzo, cansancio o fatiga sean invitados frecuentes en las descripciones del lugar. En ocasiones, se trata del necesario para efectuar una gran ascensión, como Paterna (“el que tiene una cuesta escabrosa”) o Alba (“el pico de la fatiga”). Más frecuente su aparición en topónimos de lugar con situaciones y rutas sumamente trabajosas, como en Puigpunient (Perpunient) o Broto, lugares emplazados en el fondo de una valle o depresión a partir del cual todo son cuestas y trabajosas ascensiones; o Pedruixella, “las cuestas escabrosas de los senderos de ganado”, o simplemente, el emplazamiento muy elevado de una población o castillo, tales como el pueblo de Aneto o el castillo de Monzón. Sin embargo, la fatiga más mencionada es la que se sigue del trabajo y, en especial, de la agricultura: las tierras ligeras y fáciles de trabajar son acogidas con alegría (Bierge, Espulla, Lascuarre, etc.), mientras que las duras o fuertes exigen una gran esfuerzo (Lancuentra, Guiamera, Femenía…). Hoy y aquí vamos a estudiar un topónimo fatigoso por el emplazamiento del lugar, y otro carente de fatiga por la ligereza de las tierras: son, respectivamente, Almuniente y Frula, incluídos en un mismo municipio monegrino.

“Almuniente. Lugar de 262 habitantes a 213 m de altitud. Tenía 542 h en 1.900. Municipio que administra Frula… Aparece en 1.102. Casco urbano cosido al manto arcilloso que tiende un altozano – La Corona – sobre el que hubo castillo medieval y en el que menudean fragmentos de cerámica gris. Esta elevación es podio privilegiado para algunas viviendas de nueva planta, depósito de agua alimentado por una gran balsa y piscinas municipales. El espacio edificado toma forma de hemiciclo abierto…Perduran numerosas bodegas excavadas en la base del cerro. Vestigios de una villa romana y necrópolis medieval en roca…” (Adolfo Castán, Lugares del Alto Aragón). Por su parte, el Madoz nos dice: “Situado en llano, a la margen izquierda del río Flumen, al lado meridional del cerro llamado de la Corona, que impide la libre circulación de los vientos del Norte…El terreno es llano, en general arenoso y pizarroso…”.

Cuando, procedente de Tardienta llego a la altura de Almuniente, un solo vistazo es suficiente para evidenciar el acierto de la interpretación “en laboratorio” que traigo en mente. Desde la carretera misma se divisa el flanco meridional de La Corona y los ribazos que desde el núcleo urbano ascienden a la plataforma superior; más pronunciados todavía por la derecha, Este, y sobre todo, por la izquierda, Oeste. A modo de circunvalación, la carretera a Torres de Barbués y Huesca me permite contemplar los ribazos de la cara norte. No resulta difícil imaginar la fatigosa ascensión, por cualquier lado, desde el llano hasta el plano superior en el que se asentó el poblado ibérico.

Almuniente es una composición de la lengua ibérica bastante original, que consta de un pronombre exclamativo, sustantivo e infinitivo nominalizado. El pronombre exclamativo es al, que significa ¡cuán!, ¡qué!. Sigue el sustantivo muni, ribazo, viejo conocido nuestro, pues lo hemos visto en las composiciones Munia (muni-a), “los ribazos, o Muniones (muni-onez), “el cerro inútil o estéril”. El elemento final es el verbo ene, en infinitivo “fatigar”, el cual recibe el sufijo de nominalización por antonomasia –te (en(e)-te), con lo que fatigarse pasa a “fatiga”. La traducción literal de Almuniente sería ¡qué fatiga de ribazos!, y con más propiedad, ¡Qué ribazos tan fatigosos!.


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© Bienvenido Mascaray bmascaray@yahoo.es

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