Toponimia
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Alcolea, en una serie de toponimia ibérica, parecerá una nota discordante, un error del autor, una muestra de atrevimiento, un deseo manifiesto de llamar la atención o cualquier otra cosa menos un trabajo serio. Y sin embargo lo es, además de sumamente valioso, especialmente para impugnar con decisión y fuerza los viejos errores que siguen dominando el panorama lingüístico. Batallitas aparte (que no deseo ni busco, pero que no han de silenciarme, por más que las tenga perdidas de antemano en ciertos ámbitos), empezaré por fijar la forma correcta, o las formas si hay más de una, del topónimo.
Un documento de mayo de 1.102, otorgado por Pedro I de Aragón, contiene una donación a favor de Anner, y en la data del mismo se menciona al “senior Enneco Galíndez in Alcoleia” (Cartas de población del Reino de Aragón en los siglos medievales, de Mª Luisa Ledesma Rubio). Poco después, marzo de 1.105, Alfonso I hace donación a favor de Enneco Galindeç, en la que se dice: “similiter dono vobis in Alkoleia tota quanta ereditate…” (Colección diplomática de Alfonso I de Aragón y Pamplona, de José Angel Lema Pueyo). En otra donación del mismo rey, fechada en abril de 1.105, se repite la mención de Enneco Galíndez in Alkoleia. Ya en abril de 1.131, Alfonso I hace donación a Sancho, “abbate de Alfaiarin… et de illas almunias de Alcolea”. Esta última forma se repite con asiduidad. Así pues, Alkoleia y Alcolea indistintamente: éste hecho tendrá un significado muy grande para certificar el acierto en la interpretación del topónimo. Se trata de una variación ya observada en topónimos vinculados tales que Bolea-Boleia u Orrea-Orreia. Pero no adelantemos acontecimientos.
La segunda cuestión a dilucidar, tan importante o más, es la del pretendido origen árabe del topónimo. Se fundamenta débilmente en la presencia del supuesto artículo árabe al, lo que para la toponimia formal, tan ligera y falsa, basada en la apariencia o aspecto, resulta suficiente. Pero esta tesis está generalmente admitida, convertida en principio inamovible, y todo el que pretenda no darle crédito, por muy fundada que esté la contraria, se convierte ya en heterodoxo o ignorante, que de todo me he oído. La sustentan, entre otros muchos, Asín, Toponimia, página 54, que la traduce por “el castillejo”; o Corominas, Onomasticon Cataloniae, entrada Alcolea, Alcoleja, Alcoletge, quien afirma que son “todos ellos provenientes del árabe qulaica”. De esta diarrea –vientre flojo y cabeza pesada- yo me curé al estudiar la toponimia balear: en Mallorca, con tan larga y profunda influencia árabe, encontraremos multitud de topónimos que presentan sílaba inicial al-, la cual nada tiene que ver con el dichoso artículo. Veamos unos ejemplos:
Alcudia < arkuda ti a, “las cerdas de cría corpulentas”.
Alfabia < alphe abi a, “el costado del nido”.
Alaró < arari on, “los moruecos buenos”, y otros más.
Más aún, encontramos topónimos con el artículo árabe aglutinado (también bini, beni, procedentes de ibn) a un topónimo ibérico que se explica por sí mismo sin necesidad del artículo, por ejemplo:
(al)Mallutx < (al) malla utx, “el estrecho de las peñas”.
(al) Bufera < (al) bupha-era, “vapores y exhalaciones”.
(al) Bercutx < (al) berki utx, “naturalmente peñascoso”, y otros más.
No puede ser de otra forma: la lengua ibérica dispone de un enorme caudal de voces que empiezan por al. Para empezar, al, por sí solo, vale por poder, fuerza, potencia; ala, esfuerzo, tan, tanto, cuán, cuanto, pacer, comer, pastizal; ale, grano, semilla, pienso, botón, nada…; ali, alimento; alo, cizaña, avena silvestre; alu, vil, despreciable; y todas estas voces, en composición, pueden sufrir la elipsis al final del primer término y quedar asimismo en al-. Para el caso que nos ocupa, Alcolea, pueden intervenir otras voces como alka, avena silvestre; alke, vergüenza; alki, silla, peana; alko, racimo; alkoz, inmundicia, y otras muchas. A todas ellas se unen las que comienzan por ar-, puesto que la alternancia r/l puede llevar a una manifestación al-, tal como hemos visto en Alcudia (arkuda), Alaró (arari) y veremos en Alcolea. Citemos entre “las alternantes” voces como ar, macho, varón, gusano…; ara, tierra, tierra de labor, ahí, manera, clase…; are, arena; ari, carnero, causa, motivo, ocasión…; arkadi, precipicio; arkidi, idem; aro, estación, círculo, y muchísimas otras. En conclusión, en Iberia, un topónimo que comience por al puede no ser árabe con toda probabilidad. Sólo el análisis lingüístico riguroso, caso por caso, nos dirá la naturaleza del topónimo y decidir sobre ella, como se viene haciendo, por la simple apariencia constituye una ligereza impropia de un estudioso serio.
Vayamos a la realidad sobre el terreno. “Villa de 1.168 h. con municipio propio, a 186 m de altura. Censaba 2.188 h. en 1.900… En el siglo X, el geógrafo musulmán al-Razi celebra a Alcolea como lugar “con territorio bien regado y plantado de árboles y viñedos”… El castillo ocupó posición dominante modelada por un pitón ovalado de arenisca; fue pequeño y en cuanto a estructuras es patente una sola hilada de sillares atizonados que deben de ser musulmanes… Hábitat apoyado en terreno llano al pie de las ripas, con desarrollo urbano inicial a lo largo de un camino. Su abigarrado casco urbano mantuvo dos puertas de acceso hasta el siglo XX, una al N –desaparecida- y otra al Sur, la de Pitarque… Ayuntamiento rehabilitado… fue palacio de los duques de Alba desde mediado el siglo XVI. Enfrente se alza la casa Parroquial, tal vez del siglo XVII… Casa de Ramón J. Sender –siglo XVIII- muy remodelada. La parroquial de San Juan se construyó entre 1.767-83, dibuja planta basilical de tres naves y cúpula sobre el eje del crucero; fachada neoclasicista en los pies y torre lateral… Molino harinero tal vez del siglo XVIII, reformado en 1.887… Acueducto de Los Arcos o La Arcada, en la Clamor Vieja… En el importante conjunto arqueológico de La Codera se ha estudiado un asentamiento y necrópolis de la Edad del Bronce, otro fortificado de la Edad del Hierro – siglo VI a. de C.- con dos necrópolis vinculadas y un tercero de época ibérica” (A. Castán, Lugares del Alto Aragón).
Mención especial merece el yacimiento de Lacodera, tanto que a este topónimo dedicaremos un capítulo completo en esta serie de toponimia altoaragonesa. Por ello, me limitaré aquí a poner de relieve dos hechos importantes. El primero, dado que la presencia árabe en esta zona de Huesca, Monzón, Lérida y Fraga data del año 714, hubo poblamiento ibérico al menos 2.500 años antes de dicha presencia. ¿Pudo Alcolea permanecer innominado hasta la llegada de los invasores?. Evidentemente, no. El segundo se refiere a la forma del topónimo Lacodera, que no es La Codera como se viene escribiendo, ya que la voz inicial es lako, canal del tejado.
Por último, las impresionantes y famosas Ripas de Alcolea. Ya en la primera ocasión que las ví, saliendo de la población en dirección a Chalamera, al contemplar a mi derecha aquel muro alto, vertical y continuado, tuve la certeza de que allí residía un “hecho diferenciador”, una nota tan característica y acusada que no habría sido ignorada por nuestros antepasados al dar nombre al pueblo que se asentaba al pie. Convicción que el análisis lingüístico de Alcolea o Alcoleia confirma plenamente. Sobre ellas leemos en la obra de Prames, editada por Diario del Altoaragón, Parajes naturales del Alto Aragón, lo siguiente: ”Elemento propio de los ríos Cinca y Alcanadre, las ripas presentan unos cortados verticales de gran espectacularidad. Desde las de Alcolea son inmejorables las vistas del valle, así como de la zona esteparia de los sasos. Este frente rocoso, perfilado por el río, tiene su continuidad hacia el sur, en las ripas de Chalamera-Ballobar… La plataforma superior es dominio de la estepa, donde crece el asprón…”. Ni que decir tiene que, situados al borde de esa plataforma superior, se abre ante nuestros pies un inmenso precipicio, con muros de arcilla inestables, con estructuras en forma de columnas modeladas por el agua, de aspecto muy seco y árido, y con derrubios en la base.
Alcolea o Alcoleia es una composición ternaria de la lengua ibérica que contiene una descripción perfecta del lugar. El primero de los tres elementos es arkadi o arkidi, que valen por precipicio. Observemos que en ambas variantes está presente el sufijo de conjunto –di, por lo que el significado exacto sería “conjunto de precipicios”, en alusión a la larguísima arista que en todo momento supone el borde de tales caídas; en consecuencia, sin sufijo de conjunto, arka o arki vale por precipicio. Como anunciábamos más arriba, la alternancia r/l nos conduce a alka o alki. A cualquiera de ellas viene a unirse un vocablo que ya es viejo conocido nuestro: olz, muro, presente en Bolskan, Riglos, etc. El enlace se efectúa con elipsis al final del primer termino, alk(a)olz o alk(i)olz, con idéntico resultado. En tercer y último lugar, ear o eiar, seco y árido. Se une también con elipsis al final del primer término: alcol(z)ear o alcol(z)eiar, y, finalmente se da el habitual enmudecimiento de /r/ en posición final: Alcolea(r) o Alcoleia(r). La traducción literal y propia a la vez es “el precipicio del muro seco y árido”. Voces ibéricas contrastadas, aglutinación según normas, variantes formales que llegan hasta el doble resultado final, descripción exacta de la realidad, todo ello con rara perfección, esa perfección que tanto molesta a los formalistas…
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