Toponimia
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Cuando un autor es bueno, cuando su obra nos resulta grata y estimulante, hay en ella un pálpito que, por encima de situaciones y circunstancias concretas, nos lleva a conectar con la esencia de las cosas; y si, además, sus palabras, liberadas de ataduras y temores, siguen caminos intuídos y nuevos, suelen aparecer retazos de belleza. Es justamente lo que sucede con Severino Pallaruelo que, incluso en una obra de divulgación como Comarca de Sobrarbe, y en apartado tan poco propicio en apariencia como el de Los municipios, nos dice con su mejor estilo: “La incorporación a Boltaña del antiguo término de Sieste y de parte del que tenía la capital en Laguarta extendió el municipio por el valle del barranco de Sieste y por las cabeceras de los ríos Guarga, Alcanadre, Mascún y Balcés: tierras ásperas, sierras de las que el medio hostil expulsó a casi todos sus hijos, arroyos de caudales pobres y purísimos recogidos como un néctar transparente y escaso de esmeralda en lechos limpios de areniscas y de calizas. Montes de pinar y de erizones que se cubren de flores amarillas cuando acaba la primavera, enormes quejigos solitarios, manchas de álamos temblorosos, silencio y soledades en las que el caminante nunca encuentra a nadie”.
Alastrué es uno de esos lugares que vio el fracaso de sus hijos. Claro que éstos, en la España de los Señores que nace con el triunfo de los romanos y de los traidores que se unieron a ellos (hispanorromanos) para explotar en todos los órdenes a los vencidos, la España de los Siervos, tuvieron “ayudas” determinantes de su fracaso. Cuenta Ubieto Arteta, Los pueblos y los despoblados, que “el 23 de abril de 1.317 Jaime II de Aragón ordenó al sobrejuntero de Ribagorza que permitiese a Juan Pedro de Corbins recibir los réditos, mientras fuese tenido en feudo”. Éramos pobres y llegó el parásito. Luego fue Alastrué “Señoriío de abadengo”. Tuvo Ayuntamiento en 1.834; se une a Secorún en 1.845, con otros muchos lugares. Tenía 1 fuego en 1.495, 1 en 1.609, 7 en 1.646, 36 habitantes en 1.857, despoblado 1.960-70. Término actual de Boltaña.
José Luis Acín Fanlo estuvo en Alastrué más recientemente y narra lo que vio en sus Paisajes con memoria: “Dirigiendo los pasos hacia el oeste, desde la Pardina de Albás – o desde Torruellola de la Plana – y sobre una planicie desde la que observar impresionantes panorámicas hacia el barranco de Mascún, se ubica Alastrué, pequeña aldea de tres casas, aún en pie, con elementos que hacen recordar las habituales formas de la arquitectura popular: casas-patio, imponentes fachadas culminadas por truncadas chimeneas, curiosos y tradicionales bajos con el arranque de la escalera, hornos en el interior de las viviendas con su majadería aneja, puerta de arco de medio punto con sus dovelas perfectamente labradas, o unos claros ejemplos de bordas y cuadras. A escasa distancia, a la vista entre el arbolado y sobre el cortado, está la parroquial del lugar, obra del siglo XVII, nave abovedada y ábside plano, con puerta dovelada bajo lonja en el lado sur, a cuyo costado se eleva una sobria y diminuta torre de un solo cuerpo, estando el interior decorado por unas pinturas murales de sabor popular – en el presbiterio medio sol cuyos rayos dan luz y fuerza a un sugerido árbol de la vida – además del suelo realizado en cantos rodados donde se aprecian diversos geometrismos”.
Alastrué, por su rotunda expresividad, es un topónimo que merece mejor suerte que el olvido, al igual que el pueblo que designó. Consta de tres elementos morfológicos más un error de escritura-lectura muy frecuente y contrastado. La primera de las formas es ala, tormento, esfuerzo; a continuación asteri, tiempo, época, y por último eren (variante de erein) que vale por sembrar o siembra. La primera acomodación o sutura se efectúa con elipsis al final del primer término (encuentro de vocales iguales), al(a)asteri ; la segunda y última acomodación, también con elipsis al final del primer término: alaster(i)eren. La tercera y cuarta sílaba, -tere-, configuran el muy repetido supuesto de oclusiva + vocal + r + igual vocal, casi siempre resuelto con síncopa de la primera vocal, esto es, alast(e)ren. Ya hemos llegado al momento anunciado en que, olvidándonos del análisis morfológico y fonético, debemos pensar en la habilidad real del escriba…o del lector. Los manuscritos medievales, en ocasiones de dificilísima lectura, se tornan desesperantes cuando a final de un vocablo aparecen dos, tres, cuatro y hasta cinco palos verticales o inclinados que se supone representan a las letras u, n, m e, incluso, la i, siendo tarea de chinos, especialmente en los nombres propios “sin significado”, identificar cada una de las letras. Pensemos, por ejemplo, en una terminación que el escriba ha pretendido que sea num: un lector cualquiera podrá entender mun, mim, num, umu, unui, uniu, unin, etc. Esto es lo sucedido con Alastren: un lector vio Alastreu, y como quiera que la terminación eu resultaba extraña, por una parte, y próxima a ue (Gillué, Sercué, Bentué, Semolué, etc.) por otra, se produjo la metátesis hasta el actual Alastrué. Recuerdo, a este respecto, que un amigo vecino del pequeño lugar de Padarnin, cuando hice una observación sobre tan extraña terminación, me dijo enfáticamente:”Ese nombre se lo puso el Secretario D. Fulano; el pueblo se llamaba Padarniu, pero él empezó a escribir Padarnín y así se ha quedado”.
Volvamos a Alastrué y recordemos la aridez de sus tierras, de que nos hablaba Severino Pallaruelo, y los útiles de labranza prerromanos. ¿Puede extrañar a alguien que se refirieran a “el tormento de la época de siembra?.
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