Toponimia
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Para un ribagorzano de Campo, L´Ainsa es un lugar que se siente muy próximo y, por diversos motivos en mi caso, hasta entrañable. Por otra parte, los impredecibles caminos de la vida me han llevado a una intensa dedicación a la Toponimia y al estudio de la lengua ibérica y, en este orden de cosas, Ainsa es un topónimo apasionante, hermético, del que, hasta el momento, la única verdad sostenible sobre el mismo, si bien muy escueta e insuficiente, es una afirmación de Marco en su Toponimia, que lo califica de “preindoeuropeo”. Así pues, afecto y desafío me estimulan muy especialmente. A modo de observación previa, sin entrar aún en el análisis lingüístico, vemos que además de la forma popular L´Ainsa, en la documentación histórica aparecen indistintamente Ainsa, Aynsa (ver, por ejemplo, epígrafes 165 y 166 de la obra Colección Diplomática de Alfonso I de Aragón y Pamplona, de José Angel Lema Pueyo, Eusko Ikaskuntza, 1.990, en los que se contiene la carta de concesión del Fuero de Jaca a los repobladores de Aynsa, otorgada por Alfonso I el Batallador en 1.127) y, especialmente Ainssa. Reparemos en ella porque el reforzamiento de ss puede suponer un indicio muy significativo: un escriba cuidadoso traslada al texto un sonido fuerte de /s/ apicoalveolar sorda que percibe en la pronunciación corriente, procedente, sin duda, de la fricativa interdental sorda /z/.
De Ainsa podríamos hablar largo y tendido en muchos aspectos: su capitalidad del antiguo y un tanto mítico condado de Sobrarbe, incluída su reconquista por el conde García Ximénez y la ayuda que el Dios de los cristianos (al parecer distinto al de los musulmanes) le prestó con la cruz super arborem; pero tengo previsto dedicar un próximo capítulo al estudio del topónimo Sobrarbe y en él algo habremos de decir sobre este ev(cu)ento div(ch)ino. Valiosísimas sus muestras de arquitectura religiosa, civil y militar. Interesantes manifestaciones culturales como La Morisma o Las Navatas. Ainsa, importante nudo de comunicaciones pirenaicas, si bien cuenta con un tramo del Eje Pirenaico destinado, en Campo, a: 1: morir.- 2: desvirtuarse.- 3: suponer el más colosal despilfarro de fondos públicos en aras de la vanidad y estupidez humanas.- 4: cambiar de sentido, volviendo al (sentido) común. Pero el estudio toponímico me obliga centrarme en un solo aspecto: la situación de la villa, más exactamente, a su emplazamiento.
Con precisión, Broto Aparicio dice (El Pirineo Aragonés, pag. 234): “Esta villa ocupa el extremo de un promontorio que se levanta a 589 m. de altitud, en el ángulo que forman en su confluencia los ríos Ara y Cinca”. La Guía de Huesca, de Editorial Pirineo, dice que está “situada en un emplazamiento defensivo dominando las confluencias de los ríos Ara y Cinca”. Joaquín Guerrero, en Sobrarbe, Ordesa y Monte Perdido, afirma que “L´Ainsa se eleva sobre la confluencia del río Ara en el Cinca, situándose sobre un punto estratégico…”. El Madoz menciona como emplazamiento “el extremo de una llanura en la confluencia de los ríos Cinca y Ara sobre un promontorio de fácil acceso”. En estas y otras muchas descripciones, encontramos siempre dos líneas de definición: una, la geográfica (promontorio, llanura, confluencia de ríos); otra, la militar (emplazamiento defensivo, punto estratégico, punto de observación dominante). A ambas líneas atiende el bellísimo topónimo Ainsa, como veremos a continuación.
En el aspecto geográfico, el concepto que más conviene al emplazamiento de Ainsa es el de altura, entendido como superficie o lugar sobreelevado respecto de casi todos los espacios circundantes. Maticemos de inmediato que esta altura no reviste forma de montaña, cerro o collado; que no ha sido la orogenia o movimiento orogénico alguno quien la ha conformado, sino que aparece por el hundimiento o erosión de la periferia frente a la permanencia del asentamiento de la villa. En efecto, el río Zinca lleva una decidida dirección N-S y, justamente a los pies de la altura, recibe las aguas del Ara que trae dirección O-NO, de modo que más de las tres cuartas partes del círculo en cuyo centro se sitúa la villa están ocupadas por los cauces de los ríos y sus zonas de influencia. Los valles de uno y otro río son de origen glaciar (aún podemos decir que quedan algunos glaciares residuales) y los enormes circos atestiguan su formación; en los períodos más intensos de la última glaciación las lenguas de hielo debieron de tener una longitud sorprendente para hoy, pues se aprecia una morrena en Sarbisé. En la fase hídrica, Zinca y Ara continuaron profundizando en la erosión de los cauces, ahora con periódicas elevaciones de nivel a causa de las enormes avenidas. En conclusión, la “altura” en que se asienta Ainsa no es orogénica sino hídrica.
Pues bien, la voz ibérica que, con toda exactitud y propiedad conviene al castellano altura es ain. El Diccionario Retana dice de ella que es un “sufijo local, significa altura”. Pero ya Azkue (Morfología, 1.923) nos explicaba que “hay afijos en nuestra lengua que se han formado por evolución: un tiempo fueron vocablos independientes, temas. Por lo general, los afijos que más verosimilitud presentan de haber pertenecido a esta categoría son los derivativos, y es muy de creer que la etapa por la que hayan pasado para llegar de autónomos a vasallos ha sido la Composición”. En mi obra he puesto de relieve repetidamente este fenómeno más frecuente todavía en Toponimia. Así, el sufijo –un (lugar de), procedente de une, gune, kune; -tza o -tze (montón, gran cantidad), sin cambio respecto de la raíz; -ga (sin, falta, privación de), contracción de gabe; -aldi, -ero, -aire, y muchos otros entre los que hay que inscribir a –ain (altura), procedente de ain. Tiene variantes gain (p.ej., Gainza, en Navarra y Guipúzcoa, ambas en cuesta o pendiente, según el Diccionario Geográfico-histórico de España, por la R. Academia de Historia, Madrid, MDCCCII), gan (p. ej. Ganuza), y an (ya estudiado por mí en Aneto (pueblo), Antenza, etc., y que veremos nuevamente en el topónimo Ansó). Por consiguiente, el primer elemento de la composición iberovasca Ainsa es la raíz ain, altura. Por cierto, esta bella composición que es Ainsa le parecía “mora” a Tico Medina, quien asegura (Crónica del Pirineo de Huesca, CAZAR, Zaragoza 1.972) que “Ainsa tiene el nombre moro, que no hay más que escucharlo. A mí me suena un poco y les digo de verdad y con respeto, a esa princesa árabe hija de un jeque de la que se enamoró el Caballero del Antifaz y que luego se hizo cristiana por amor, que es lo más grande”. ¡Viva el rigor de la ciencia española!. ¡Viva la Toponimia científica!. ¡Pobre Toponimia!. ¿Porqué todo el mundo se atreve contigo?.
Subimos a la Villa de Ainsa. Desde el aparcamiento de coches atravesamos lo que hoy son las primeras defensas, muros y foso por el NO, del otrora inexpugnable castillo. Cruzamos la amplísima Plaza de Armas, y ya en la incomparable Plaza Mayor, a la izquierda, por el Arco del Hospital, llegamos a un extraordinario mirador desde el que se domina toda la ribera izquierda, aguas abajo, del Zinca: términos de Labuerda y Laspuña, la Peña Montañesa y la pléyade de aldeas que se esparcen por su falda, unas del Pueyo de Araguás, otras de La Fueva Alta que comunica con la Ribagorza a través del Coll de Foradada; La Fueva Baja y la cola del pantano de Mediano. Pero si desde la Plaza Mayor accedemos al Portal de Abajo, observaremos la unión del Ara al Zinca y el inicio de la ruta hacia el Somontano. Nuevamente en la Plaza, ahora por el lado Oeste, se nos ofrece el valle del Ara. Todos estos miradores son superados por la espléndida atalaya que es la alta torre románica de la colegiata de Santa María, desde la que la vigilancia, y con ella la guarda, sería tan perfecta que resultaría imposible para un grupo de hombres, siquiera pequeño, a pie o a caballo, acercarse a los muros de Ainsa sin ser advertido con mucha antelación.
Vigilancia, en lengua iberovasca, se dice zain. Tiene una variante zai. Es también la forma indeterminada de verbo zaindu, con valores de vigilar, guardar, cuidar; también observar, salvar, proteger del peligro. La unión o acomodación de los dos elementos que se integran para formar la composición Ainsa es tan perfecta e iluminadora que nos lleva a pregonar la total fiabilidad de este análisis. Veamos. Una aglutinación ain (altura) con zain o zai (vigilancia, observación, guarda) produce un encuentro de sonidos iguales solamente separados por la /z/ inicial del segundo elemento (aquella que el escriba cuidadoso quería significar con la doble ss), lo que constituye el supuesto necesario e idóneo para que actúe la haplología del modo siguiente:
Ain-zain > ainza(in), Ainssa y Ainsa.
Ain-zai > ainza(i), Ainssa y Ainsa.
La traducción no puede ser más simple y apropiada, atendida la naturaleza del lugar. Literalmente, Ainsa significa “la altura de vigilancia u observación”. Más brevemente pero también con toda propiedad, “la atalaya” o “el observatorio”.
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