Epigrafía
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El texto ibérico que vamos a analizar en este capítulo insiste en la idea de corte o fin inopinado de la trayectoria vital, y con ello el abandono de pretensiones o demandas, la evaporación de méritos, posesiones, jactancias… Está grabado en una bonita estela empotrada en el muro de una casa de la calle San Román, de Barcelona, en las proximidades de la iglesia de San Pedro del Campo. Hemos reproducido el dibujo que aparece en la página 176 de la Epigrafía prerromana.
Pero la dimensión y características de la secuencia de los once signos ibéricos que la componen, nos proporciona oportunidad adecuada para exponer detalladamente uno de los puntos más importantes de mi obra (ya se trate de topónimos ya de textos epigráficos): me refiero a la segmentación o separación de las largas secuencias ibéricas, en apariencia inabordables, fijando con rigor y seguridad todas y cada una de las formas que las integran; o, si se quiere, explicar el cómo y el porqué del paso de la fase B)”Secuencia” a la fase C) “Lectura”.
La plena comprensión de este logro, del que, a falta de todo reconocimiento e incluso atención, me siento orgulloso, anulará de raíz la sempiterna objeción que se me viene poniendo, así como uno de los obstáculos principales que se confiesa para el entendimiento de la lengua ibérica. Así por ejemplo, un distinguido y amable comunicante me expone, en carta personal, lo siguiente: “Además, a falta de la puntuación o separación adecuada, la unión de varias sílabas para formar una o varias palabras resulta casi siempre arbitraria, por lo que bastantes de las aparentes semejanzas con la lengua vasca podrían difuminarse”.
La lengua iberovasca, entendiendo por tal la que luce en buena parte de nuestra toponimia y en los textos epigráficos y que es una y la misma que el vasco histórico o si prefiere el “protovasco”, es una lengua aglutinante, si entendemos por aglutinar “unir íntimamente dos cosas, trabar”. Estas “dos cosas” (o más), en Lingüística, serán dos o más formas: nombres, pronombres, artículos, adjetivos, verbos, adverbios, preposiciones, conjunciones y afijos. Y si junto a la naturaleza de la lengua exponemos su nota más definitoria y característica, estaremos ya en condiciones de abordar el problema de la “segmentación”. Tal nota es su fuerte compresión interna que le lleva constantemente a la reducción de las composiciones con disminución silábica. Esta vocación o fuerza compresiva se advierte más potente y operativa en la Toponimia, quizá porque en ella, a la propia de toda forma de expresión, se une la vivacidad del lenguje oral.
A aquella unión íntima o trabamiento la denominaremos acomodación o sutura. Cuando se acomodan o suturan dos formas solamente estamos ante una composición binaria; cuando se unen tres o más formas nos hallamos ante una composición concatenada. Resulta obvio que siendo n el número de formas que se integran en la composición, habrá siempre n-1 acomodaciones o suturas. Así, en una composición binaria habrá una sola sutura: la de la primera forma o elemento de la composición con la segunda; si la concatenada consta de tres elementos hallaremos dos suturas: la del primer elemento con el segundo, y la de éste con el tercero; si cuatro elementos, tres suturas, y así sucesivamente.
Lo verdaderamente trascendental es que tal proceso de acomodación o sutura, esto es, el mecanismo mediante el cual se forman las composiciones binarias o concatenadas, está siempre absolutamente reglado. Ello supone, ab initio, atribuir a la lengua iberovasca la tercera de sus notas esenciales y definitorias: junto a su naturaleza aglutinante (1ª) y a su fuerza de compresión interna (2ª), la lengua ibérica o el vasco histórico constituye un verdadero sistema lingüístico. Pero ello supone mucho más, porque si conocemos todas y cada una de las normas o reglas de acomodación, contrastadas a través de la observación de su vigencia y aplicación constantes en miles y miles de supuestos, y , tras hacer correctamente la transcripción, nos hallamos ante una secuencia de aspecto imposible e inabordable, podemos saber qué ha ocurrido allí y, revirtiendo los fenómenos de acomodación, obtener el texto completo, con todas las formas íntegras, alcanzando lo que venimos denominando fase C) Lectura. A partir de este momento, el análisis morfológico, el fonético y la traducción no ofrecen, generalmente, mayores dificultades.
El resultado de la unión o sutura será siempre una composición. Incluso si las formas que se unen son, por ejemplo, un nombre primitivo más un sufijo (lo que conceptualmente es una derivación), las normas que rigen la composición se observan plenamente vigentes. De aquí que no sea posible dar un solo paso firme en los campos de la Toponimia y de la Epigrafía ibéricas sin estar muy familiarizado con el concepto, origen, efectos y normas reguladoras de la composición, y que, por ende, la apelación a ella sea constante. Basta comprobar que en un tratado voluminoso de estas materias no se menciona siquiera a la composición para concluir que el autor se halla a miles de años luz de la esencia del problema. En este punto es conveniente fijar el concepto de composición: Es la unión íntima de dos o más formas gramaticales que quedan trabadas y comprimidas mediante normas de sutura generalmente observadas.
La norma primordial por excelencia de la composición es la elipsis al final del primer término, sea éste absoluto o relativo. Es absoluto el que inicia el párrafo, texto o topónimo, y se verá afectado por elipsis al final; es relativo el segundo elemento con relación al tercero, el tercero con relación al cuarto y así sucesivamente, y todos ellos sufrirán elipsis al final. Se configura, de este modo, un método de composición según el cual quedan expresos e inalterados los primeros fonemas de cada palabra, en secuencia suficiente para identificar sin dificultad la forma de que se trate. La coherencia e inteligencia de nuestros antepasados iberos, su sentido común, luce esplendente al determinar la extensión del tramo elidido (generalmente un fonema, pero a veces dos, tres..), y, naturalmente, ninguno, si el prescindir siquiera de uno condujera a la imposibilidad de comprender la composición por indeterminación de sus elementos. Esta es, por tanto, la segunda norma, estrechamente vinculada a la primera, que rige la composición: la yuxtaposición necesaria o aparente, sin elipsis, por mor de la comprensión.
Tan varia como la naturaleza de los encuentros posibles en la acomodación es la de soluciones posibles, pero siempre regladas. Sin ánimo exhaustivo (en otro caso alargaríamos considerablemente esta exposición), relacionaremos aquí las más frecuentes y habituales que, por sí solas, explican más del 90% de las acomodaciones observadas:
1. “Aplastamiento” de la vocal final del primer término cuando el segundo empieza por consonante. Ej.: ner(e) sia= mi fortuna. (Inscripición Iglesia de la Sangre, Sagunto).
2. Encuentro de vocales del mismo timbre y duración, con elipsis de la primera. Ej.: mad(a) abil = el maldito que despabila. (Lápida de Torrellas, Zaragoza).
3. Reducción del hiato ae que da e. Ej.: bas(a) erten = salvaje y atrevido. (El caballo, vaso de Lliria, Valencia).
4. Reducción del hiato ao que da o. Ej.: kort(a) onik = el sel que se aprovecha. (lápida del Castillo de Sagunto, Valencia).
5. Reducción del hiato ea que da a. Ej.: ni ars(e)-ar = yo soy oriundo de Arse. (Colgante de plomo de Arse, Valencia).
6. Reducción del hiato oa que da a. Ej.: ue iai(o) argal topa eson = es aconsejable encontrar u palo esbelto y delgado. (Bronce de Kortona, Soria).
7. Reducción del hiato eo que da o. Ej.: tart(e) odi = por medio de un canal. (Pieza nº 2 de la tríada Turiel).
8. Reducción del hiato oe que da e. Ej.: liga eng(o)-en = liga de la más pegajosa. (Tapón de bronce con cabeza).
9. Elipsis de la consonante final del primer término, originaria o sobrevenida, cuando el segundo empieza también por consonante. Ejs.: gane nike(z) kikua = llevo conmigo la acechanza. (Vaso de Cástulo, Jaén). Katib(u) gudu – kati(b) gudu = prisionero de guerra.(Inscripción tartésica de Alcalá del Río, Sevilla).
10. Simplificación del grupo consonántico final del primer elemento. Ej.: gaiz(t) kata = la tierra dura de esfuerzo. (Moneda de Cascante, Navarra).
11. Elipsis de la consonante final del primer término cuando el segundo empieza por vocal, con lo que se forma un diptongo o triptongo que, además de reducción silábica, consigue mantener la inteligibilidad de texto. Ej.: lu(r) ei = de la tierra fácil. (Grafito sobre cerámica de Gracurris, Rioja).
12. Elipsis en el primer término por haplología. Ej.: o(la) lau = cuatro panecillos. (Vaso tartésico de plata de El Alcornocal, Córdoba).
Todos los supuestos anteriores se resuelven con una norma idéntica: la elipsis al final del primer término.
A la luz de lo expuesto, procedemos al análisis del texto de la estela de la calle S.Román, alterando levemente nuestro orden expositivo habitual para incidir especialmente en la fase de “segmentación”.
A). Transcripción.
N-I-GE(KE)-I-L-DI(TI)-R-A-GI(KI)-N-I
B). Secuencia.
NIKEILTIRAKINI
Explicación de la fijación de la secuencia.- El primer término de la secuencia, que en principio podría ser nige/nike, debe decantarse por la segunda de estas formas, atendidas las razones siguientes:
1. Estamos ante un texto grabado en una estela funeraria.
2. El segundo término es claramente il, muerto o muerta.
3. ¿Qué o quién puede estar muerto o muerta?. La lengua iberovasca nos ofrece (DRALV) la voz nikezko, que vale por presunción o jactancia. Contiene el sufijo –ko, por lo que la raíz sin afijo alguno es nikez.
El tercer elemento de esta composición concatenada (queda dicho que el segundo es il) es el substantivo, bien conocido y de uso muy frecuente, tira, que significa “pretensión o demanda”. Prescindimos, por consiguiente, de la alternativa dira.
La norma segunda entre las variantes de sutura o acomodación expuestas, nos manifiesta la forma aki/agi. Para optar por una u otra debemos recordar que estamos interpretando el texto de una estela; que, además, hay un paralelismo evidente entre “presunción” y “pretensión”, y que, por último, tal paralelismo debe darse también entre il, muerta, y aki/agi, (¿). Mientras que la segunda tiene acepciones no convenientes al contexto, aki vale por “agotada”, y es por ello, sin duda, la opción adecuada.
Por último, la misma norma segunda de encuentro de vocales iguales nos da la forma ini, “de repente”. Véanse las formas sufijadas inimine e initar.
C). Lectura.
Nikez il, tira aki, ini.
Explicación a la lectura.- En la acomodación nikez-il hay elipsis al final del primer término, con caída de la consonante final, formación de diptongo que propicia el acortamiento silábico, y sin que ello afecte a la inteligibilidad del texto: nike(z)il.
En la segunda acomodación (entre las formas segunda y tercera), no puede haber elipsis al final del primer término relativo (il) ya que i(l) impediría la comprensión. Estamos pues ante la segunda regla fundamental, contrapuesta a la primera de elipsis, a la que hemos llamado “yuxtaposición aparente o necesaria”.
En la tercera acomodación tira-aki, hay elipsis al final del primer término por encuentro de vocales iguales.
Igualmente sucede en la cuarta y última acomodación aki-ini: ak(i)ini.
D). Traducción literal.
Soslayando por innecesarios los análisis morfológico y fonético, damos ya la traducción literal, a la vez que muy propia, de este hermoso texto iberovasco:
La presunción muerta, las pretensiones agotadas, de repente.
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